Andrés de la Orden

Andrés de la Orden
MUERE EL PEZ

 

 

Anoche

vino Cartáfilo

a decirme que podía errar

eternamente con él.

Me aseguró, sobrio, sediento

como el mismo Jesús al que negó

el último trago, que nunca

moriríamos

hasta que Satán y Dios se sentaran en estrados

a juzgarnos culpables.

Tendremos tiempo, me dijo, para vaciar

las próstatas edematosas

de tantos pecados y tantísimas

falacias, de saciarnos de carne joven

y de los gusanos

de la miseria.

 

Dudé por un momento.

Yo no he matado a nadie, contesté, esta

tu maldición

no ha de ser la mía, yo quiero

algún día

ser sepultado

y llorado.

Mientes, Longino, me contestó, tu lanza

hiende el costado de Cristo

cada vez que abres la puta

boca.

 

Ana María Pérez Díez

Ana María Pérez Díez
ESTE MAR NO ES AZUL

 

 

Hay días en que el mar

simplemente enloquece.

 

Ya no atiende a razones,

a los consejos de cetáceos

venerables,

ni a los requerimientos de sirenas

de intención viperina.

 

Un mar que, descompuesto,

devuelve a los mortales

restos de su inmundicia:

pedazos oxidados

de un mundo de metal,

y una espuma lechosa

que nace en las costillas

de los barcos hundidos.

 

Hay noches en que el mar

escupe gente.

Son una especie nueva

de peces expulsados

de todas las orillas,

que se hundieron con todo,

con lo que se dejaron,

con lo que no tendrán.

 

Arriban esparcidos a la playa

-moluscos arrancados del racimo-

y nosotros, higiénicos

mariscadores de la muerte,

colocamos sus cuerpos

en cajas de madera.

 

Pero el mar no desiste

y piensa devolvernos cada astilla

de cada caja

para naufragio nuestro.