Isabel González Gil: “Io ti dico”

 

 

 

Poesia tradotta da Federica Zenobi (Università degli Studi di Macerata) e letta  da Francesca De Presa

 

 

Io ti dico che prima della creazione 

della terra e dei cieli

c’era solo acqua

c’era solo acqua prima di Dio

 

una fossa nella grande palpebra

Tu mi dici di no

 

che al principio c’era la parola

che ci ha fatto tutti a pezzi 

che i canti immortali dell’oceano

 

sono fantasmi che portano in mare aperto 

i pescatori

che l’acqua è lo specchio

delle sfere celesti che orbitano

dall’amore al verbo 

 

Io taccio e mi nascondo per abitudine

l’amo dorato che mi solca il petto

dal giorno in cui entrai nell’oceano

desiderando quella parola per prima

 

 

 

 

Yo te digo que antes de la creación

de la tierra y de los cielos

solo había agua

que hubo agua antes del Dios

 

una sima en el gran párpado 

Tú me dices que no

 

que en el principio era la palabra

de la que todos fuimos añicos 

que los cantos inmortales de Océano

son fantasmas que traen de alta mar 

los pescadores

que el agua es el espejo

de las esferas celestes que orbitan

de amor al verbo

 

Yo me callo y escondo por rutina

el anzuelo dorado que me surca el pecho

desde el día en que entré en el Océano

deseando aquella palabra primera

 

Leído por Antonio Martínez Arboleda

Fotografía de José Amador Martín (Crear en Salamanca)

Federico García Lorca: “The Gipsy Nun”

 

The Gipsy Nun

 

Translated by Thea Mair (University of St Andrews)

 

White lime and myrtle’s silence. 

Mallows in fine sod. 

The nun sews jewel-like flowers 

on a cloth as pale as straw. 

In the spidery grey of the chandelier, 

seven spectral birds soar. 

The church, a bear, belly up,

growls on from afar.  

She sews so skillfully, with such ease! 

She longs to stitch

across that cloth

the flowers of her fantasy.

Such sunflowers and magnolias live in 

sequins and ribbons!

Such moonflowers and crocuses grace

the Mass napery!

Five grapefruits grow sweet 

in the nearby kitchen. 

The five wounds of Christ 

made new in Almería. 

Through the eyes of the nun, 

a pair of horsemen gallop. 

A last, muffled murmur

strips her of her shift and,

gazing on the clouds and mountains

of the listless distance, 

her heart of sugar

and verbena breaks.

Twenty suns crown

that erect plain!

In her fantasy she can still perceive

Those standing rivers! 

Yet she persists with her flowers

While above, on the breeze, 

The light plays high chess 

With the window’s tracery.

 

La monja gitana

 

Silencio de cal y mirto.

Malvas en las hierbas finas.

La monja borda alhelíes

sobre una tela pajiza.

Vuelan en la araña gris,

siete pájaros del prisma.

La iglesia gruñe a lo lejos

como un oso panza arriba.

¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!

Sobre la tela pajiza,

ella quisiera bordar

flores de su fantasía.

¡Qué girasol! ¡Qué magnolia

de lentejuelas y cintas!

¡Qué azafranes y qué lunas,

en el mantel de la misa!

Cinco toronjas se endulzan

en la cercana cocina.

Las cinco llagas de Cristo

cortadas en Almería.

Por los ojos de la monja

galopan dos caballistas.

Un rumor último y sordo

le despega la camisa,

y al mirar nubes y montes

en las yertas lejanías,

se quiebra su corazón

de azúcar y yerbaluisa.

¡Oh!, qué llanura empinada

con veinte soles arriba.

¡Qué ríos puestos de pie

vislumbra su fantasía!

Pero sigue con sus flores,

mientras que de pie, en la brisa,

la luz juega el ajedrez

alto de la celosía.

Vicente Gallego

Vicente Gallego
CANTO XLVIII

 

 

¿Qué habrá más delicado que morir?

 

No se molesta a nadie para eso,

nadie se va o se queda, y todo brilla

al final por su ausencia meridiana.

 

Unos detrás de otros,

qué paso delicado de gorriones

dimos al borde mismo

de nunca habernos dado un mal alcance.

 

Toda luz, olvidada de sus muertos,

abre su corazón la madre muerte.

 

Estaba en esas Juan

de Yepes, un hombre

de saberse estas cosas en la pura

pobreza de la vista.

 

«¿Qué hora es?», preguntó.

 

«No son las doce aún», le respondieron.

 

«No llegarán a serlas y estaré

cantando ya maitines en la gloria

del Señor de mi amor».

 

Lo lloraban los frailes aún presente.

 

Tomaron el breviario,

le quisieron leer

la recomendación del alma.

 

Él los puso en lo cierto:

«Déjenlo, por amor

de Dios y aquiétense. Dígame, padre,

de los Cantares sólo,

que eso no es menester».

 

Oía de la boca de un amigo

aquel cantar de amores que él hiciese

crecerse con el suyo, y ya iba queda,

quedándose la hora sosegada.

 

Pasó por Juan la muerte;

dijo él a su paso: «¡Qué preciosas

margaritas!», y allí

se abrió el claustro a los montes,

quedó la muerte lúcida de sol.

 

No habiendo menester en su morir,

qué delicadamente vio

en su muerte sus flores Juan de Yepes.

 

Juan Pablo Zapater

Juan Pablo Zapater
LA EXTRAVIADA

 

 

Tu voz me conmovió desde el principio,

cuando apenas tu idioma conocía

y llenabas con nuevos evangelios

la bóveda del alma.

 

Aquellos cantos mágicos tan tuyos

sonaban como música traída

de un reino prodigioso, como rezos

que buscaban un dios

escondido entre pétalos de rosa.

 

Juré tomar tus hábitos y anduve,

descalzo y penitente,

en mi humilde labor de escribanía.

Yo quería imitarte: por las noches

me sentaba a tu lado y de mi pecho

se escapaban también aves azules.

 

Eras tan especial, tan poderosa,

que pronto decidí afrontar contigo

los momentos de duda, los reveses

del amor y la vida, circundados

de encierro y soledad. Yo te llamaba

espadas como labios, la voz a ti debida,

canción desesperada y otros nombres

preciosos como esos.

 

Mas algo en mí cambió y en veinte años

dejé de convocarte y me entretuve

montando otros caballos de batalla.

Olvidé la ternura de tus brazos

y también su desnuda fortaleza.

 

¿Fui yo quien te perdí? Nadie te huye

si no le das la espalda, si no cesas

de decirle al oído esas verdades

que sólo tú conoces.

Qué larga fue la noche de tu ausencia,

qué enferma de silencio.

 

Hoy has vuelto, tan honda y luminosa

como yo te recuerdo, sin dejarme

ni entonar un reproche.

 

Y el verso que derramas en mi frente,

hecho de luz cantada y viento dulce,

renueva mi bautismo con su lluvia

de benditas palabras.

 

 

(Del libro La velocidad del sueño)

Andrés de la Orden

Andrés de la Orden
MUERE EL PEZ

 

 

Anoche

vino Cartáfilo

a decirme que podía errar

eternamente con él.

Me aseguró, sobrio, sediento

como el mismo Jesús al que negó

el último trago, que nunca

moriríamos

hasta que Satán y Dios se sentaran en estrados

a juzgarnos culpables.

Tendremos tiempo, me dijo, para vaciar

las próstatas edematosas

de tantos pecados y tantísimas

falacias, de saciarnos de carne joven

y de los gusanos

de la miseria.

 

Dudé por un momento.

Yo no he matado a nadie, contesté, esta

tu maldición

no ha de ser la mía, yo quiero

algún día

ser sepultado

y llorado.

Mientes, Longino, me contestó, tu lanza

hiende el costado de Cristo

cada vez que abres la puta

boca.